Sagrada Familia es un barrio con muchas etiquetas externas. Para mirar de cerca, propuse un ejercicio sencillo: repartir cámaras analógicas entre vecinos, comerciantes y agentes sociales, y que el propio barrio contara su relato. Durante meses registraron ritmos y heridas: cierres de comercios, lugares de paso, afectos, una luz que cambia a lo largo del día. Algunas frases quedaron como latido —“Este es un espacio de salida. Nadie entra”— y ayudaron a enfocar sin postal ni morbo. Las imágenes se presentaron en la biblioteca del barrio como una edición de trabajo abierta, bajo el título “Buenos Aires”, para reconocer la dignidad de una vida cotidiana que rara vez se archiva. Un ensayo visual hecho con la comunidad, no sobre ella